Hoy es fecha patria para el diseño nacional. Bueno no es pero debería serlo. Hoy cumpliría años Carlos Luciardi.

Esta debería haber sido la segunda entrega de una serie de notas sobre Luciardi, la idea era hablar del viaje a Brasilia, sus anécdotas. Pero como llegó su cumpleaños me pareció más oportuno hablar del docente. Luciardi era un docente natural.

Lo conocimos como profesor de dibujo en el centro de diseño industrial. Un cargo al que había accedido luego que le negaran ser docente de diseño y director de la escuela cuando hubiera sido la persona indicada para dirigirla. Cosas de la mediocridad humana.

No sabíamos mucho de él pero su personalidad magnética fue haciendo que nos acercáramos a sus historias y las clases de dibujo se prolongaban en interminables conversaciones sobre las cosas que nos rodean, la forma de mejorarlas y como el diseño podía influir en la vida de todos para hacerla mas fácil y disfrutable.

Después llegó alguna entrega de esas imposibles, con plazos inauditos y que requerían conocimientos que no teníamos aun. Llamamos a Luciardi y allí marchamos un sábado a “corregir” con él. Pasamos horas y horas. Luego eso se fue haciendo una rutina, empezábamos corrigiendo nuestros trabajos y disfrutábamos de su cabeza resolviendo cualquier tipo de problema, técnico, funcional, visual, compositivo, humano.

En la cabecera de la mesa de su casa, tomaba el lápiz envuelto en mil banditas de goma, para desafiar al reuma que no le dejaba dibujar como en los tiempos mozos, y comenzaba a garabatear soluciones, recordaba anécdotas de fábricas, talleres, estudios afamados o diseñadores inalcanzables que trabajaron con él.

Con reuma y todo el lapiz era la extensión natural de su cerebro, no paraba de hacer unos dibujos alucinantes que resolvían lo que fuera con ideas que al principio parecían descabelladas y que al segundo parecían las mas normales del mundo.

Asi entre café y café, con los sandwiches de Olga, su mujer, pasábamos las tardes fascinados con su charla y la sabiduría que generosamente regalaba a quienes tuvieran la sensibilidad de recibirla.

Y así nos fuimos enamorando de esta profesión, de su capacidad hacer mas agradable la vida, del valor de los pequeños detalles y de como las cosas que nos rodean pueden ser mas humanas y sensibles.

Siempre tenía varios proyectos entre manos, podía estar intentando al mismo tiempo resolver una prótesis de cadera, haciendo una escultura o pergeniando un nuevo sistema de transporte de Montevideo. Yendo y viniendo del dibujo al modelo de arcilla, del yeso o a la carpintería, con su paso duro, trancado por el reuma y maldiciendo a esa enfermedad que le cortaba las posibilidades de hacer.

Su casa era mágica. La había hecho con sus manos y su ingenio. Cada rinconcito guardaba un descubrimiento, una invención o una forma diferente de hacer las cosas. Desde los tiradores de las puertas con pequeños pictogramas tallados, al estanque con ranas, los encofrados hechos con palos rústicos, las pequeñas ventanitas ubicadas estratégicamente para disfrutar de una vista como un cuadro, los interminables revoques que iba cambiando según su animo para darle mas o menos carácter al living o los muebles que intervenía en una construcción sin fin.

Era un casa en constante transformación, la guarida de un inventor y el atelier de un artista. Un loco bravo decían algunos, un tipo inmenso para un grupito de gurises que tuvo la suerte de recibir su charla generosa.

Con él aprendí a colar resina, a romperme los dedos haciendo una carrocería, y a ajustar un modelo en arcilla hasta el infinito para conseguir la forma justa.

Con el aprendí que no es cuestión de diseñar solamente, que el diseño tiene un valor para todos y nosotros sólo somos quienes tenemos la responsabilidad de llevarlo a cabo, pero que si no hacemos que el diseño tenga un lugar en la sociedad no sirven de nada nuestros dibujitos, que si el diseño no llega la gente de poco sirve.

Pragmático como pocos, individualista dirán algunos, no adscribía a ninguna escuela en particular pero con fuerza nos transmitía su pasión por Gaudí, Le Corbousier, los autos de Pinin Farina o sus conversaciones con Niemeyer , conocía cada detalle de sus obras y cada una de sus falencias, no se le escapaba nada. Parece que lo escucho decir la casa tal de Le Corbousier en las revistas aparece siempre de tal lado pero si ves la otra vista… es un mamarracho. Los grandes también son humanos. Y nosotros aprendíamos.

Nos contagió el virus de no quedarnos quietos y de la mano de él comenzamos una relación con Brasil que nos llevaría a la Bienal de San Pablo, a emocionarnos hasta las lágrimas en el Memorial de América Latina, a visitar Curitiba y su fabuloso sistema de transporte y a hacerle una entrevista al director de IDEO de igual a igual cuando teníamos apenas 21 años. Acicateados por su inconformismo conocimos al Profesor Bonsiepe y la experiencia de los Laboratorios Brasileros de Diseño.

Y si digo que es fecha patria no es por lo que nos dejó a nosotros, el grupito que se reunía los sábados en su casa. Luciardi dejó la producción mas variada y lúcida de la historia del diseño Uruguayo del siglo XX. Logotipos, programas de televisión, autos, barcos, ómnibus, prótesis, sillas, mesas, casas, edificios, el guinche del automóvil club, el envase de Fanta o la choppera de Pilsen.

Incluso generó una leyenda, siendo el autor del diseño que dio origen a la Brasilia, el primer Volkswagen no diseñado en Alemania que alcanzó un récord de ventas desconocido hasta entonces, demostrando que el diseño de la periferia puede ser tan bueno o mejor que el de las casas matrices.

Así que feliz día del diseñador uruguayo, la fecha no es oficial aún pero se la merece. Chapeau!